Soñé un dolor como una aguja de hielo
que perforaba el pecho.
Soñé una playa breve, despojada, arisca,
sitiada de arbustos bajos y corroída
por un viento seco que alzaba
junto al mar una frontera.
Soñé una mujer de juventud y belleza incierta
que llamaba, a mí, desde la playa,
mientras lenguas de su cabello casi negro
cruzaban su cara o su sonrisa.
Soñé me conquistaba, y luego su beso,
regalo o placebo, de sabor indescifrable.
Fresco como la parra que descansa bajo la lluvia.
Árido cual la extrañeza y los relojes.
Evocó un primer beso, inconjurable
como el manantial que multiplica la sed,
y ese vacío colmado por una ansiedad pueril,
tal un ahogo sin nombre ni precepto.
Soñé que no despertaría y que el beso
era una piedad y un mapa.
jueves, 24 de enero de 2013
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