lunes, 22 de junio de 2009

El cuentero

Si les dicen que estoy muerto
Por mucho no le han errado
Pero aún guardo en algún hueco
El don de contar relatos.
Como el del mudo aquel
Que no sabía escribir
Y con sus brazos y manos
En el aire dibujaba
Tan invisibles y abstractas
Las formas de su querer.
Una mujer que pasaba
Al ver figuras tan bellas
Y efímeras como aquellas
Detuvo su caminar.
Sintió que eran para ella
Y encontró en algún rincón
Perdido una sensación:
Que vivir vale la pena.
La abandonó la pereza,
Quizás también la razón,
Tan hondo se enamoró
Que perdió el don de la lengua.
Si perduró la fusión
Que propició tal encuentro
Será cosa del humor
Del loco que cuente el cuento.

O la de ese hombre ciego
Con su tacho de monedas
Y aquel bastón tan enclenque
Que tropezó en la vereda.
Un niño se le acercó
Y lo ayudó a levantarse
Y fue en ese mismo instante
Que por un segundo vio,
Epifanía inesperada,
Cuál era aquella razón
Que hacía que la gente grande
Le temiese y soslayara.
Dio las gracias al pequeño
Y a la mañana siguiente
Salió a la calle vestido
Con un sombrero de copa,
Un piloto verde Nilo
Y una gran bufanda roja.
Y cambió el bastón de ciego
Por el palo de una escoba,
Ya no usó el tacho de lata
Para inducir las limosnas
Sino un bolso de mujer
Pintado todo de rosa.
Y aunque no podía ver
Sí podía presentir
Que las suelas y los tacos
Ya no lo esquivaban tanto.
Y empezó a poder oír
Algún que otro saludo
A veces con cierto humor
Pero nunca con mal gusto.
Y parecía que llovían
Arandelas desde el cielo
Por el ruido y por el peso
De las monedas cedidas.

O acaso la del muchacho
Al que le faltaba un brazo,
Que no tenía familia
Y que era muy solitario.
Y como si fuese poco
Por ser el muchacho manco
Se le hacía muy difícil
Conseguir un buen trabajo.
Y fue una noche de invierno
Que el chico fue a tropezar
Con un cuerpo que en la calle
No paraba de sangrar.
Y con su único brazo
Arrastró al pobre herido
Seis cuadras llenas de frío
Hasta una sala de auxilio.
El hombre al que ayudó
Tenía por costumbre el robo
Y también sus conocidos
Eran de esa profesión.
No digo que lo adoptó
Al muchacho sin un brazo
Mas quiso al menos brindarle
Un pedazo de ilusión.
Contaba entre los amigos
Que le debían favores
A un punga ya retirado
Que en sus tiempos supo ser
Un artista con las manos.
El viejo lo tomó en serio
Ese volver del olvido
Para fungir de maestro
De un manco desconocido.
Revisó todos sus trucos,
Concentró todo su ingenio,
Y diseñó un nuevo estilo
Para el chico cinco dedos.
El eje de la misión
Era obtener equilibrio
Con la astucia de los pies
Y la fuerza de las piernas
Mantener buena postura
En trenes y colectivos
Y no propiciar sospechas
Cuando la mano se mueva,
La mirada siempre ida
Como evocando un pena.
El brazo que te han quitado
Será tu mejor virtud
Si sos prudente y sos cauto
Y operas con pulcritud.
Y así llegó aquel muchacho
En menos de pocos años
Ha ganar sustento y fama
Entre los hombres que aprecian
Más el hurto que el trabajo.
Y algunos años después
Se casó con una puta
Tan bonita y tan juiciosa
Que trabajando los dos
No digo hicieron riqueza
Pero quedaron a salvo
De penurias y pobrezas.

Y dejo para el final
De este breve recitado
La historia quizás más triste,
Porque siempre que hay un muerto,
Si uno está bien prensado,
La compunción nos asiste.
Un hombre que no era idiota
Ni tampoco inteligente
Por azar más que otra cosa
Ofició de delincuente.
Y harto un poco de su suerte
Decidió planear un golpe
Que limpiase para siempre
Sus mañanas y sus noches.
Secuestró a una muchacha
Que salía de la escuela
Y era hija del gerente
De una empresa financiera.
La moza que era muy blanca
Más blanca quedó del susto,
Él la mantuvo encerrada
En un cuarto muy oscuro.
Después pidió de rescate
Más dinero que el soñado,
Que lo arrojasen al parque
En un bolso colorado.
Cuando fue a buscar el premio
Con indecisa premura
Vio policías de civil
En cada rincón del predio.
O quizás lo imaginó.
Como sea, se fue al mazo,
Y fumando se alejó
Pensando que él no servía
Para ser secuestrador.
Nunca supo que un ciruja
Más tarde ese mismo día
Encontró un bolso tirado
Con billetes tan nuevitos
Que aunque creyó que eran falsos
Los guardó bajo su abrigo.
Desorientado en la casa
Que eligió como guarida
El hombre no tenía ideas,
Sólo un reloj y a la chica.
Y empezó a desear las sombras
Y el olor de aquella hembra,
Aunque también lo asaltaban
El pudor y la vergüenza.
Más no tuvo que forzarla,
Ella mansa se entregó.
Por extraño que parezca
Del malo se enamoró.
Y así pasaron seis días,
Viviendo como pareja,
Ella no hacía las preguntas
Y él no tenía las respuestas.
Y se subieron al auto
Y viajaron casi un día,
En un paraje alejado
Él descendió a la banquina.
Mejor que bajes acá,
Y camines hasta el pueblo.
Llamá a tu padre y decile
Que estás libre como el viento.

Ella era casi una niña
Mas sólo pudo creer
Que la pasión de aquel hombre
Era toda una mentira.
Y en esa confianza extraña
Que parió la casualidad
Ella se hizo del arma
Y disparó hasta matar.
Pues no podía comprender
Al menos no todavía
Que se puede amar un cuerpo
Sin amar lo que hay adentro.
Y ya no más los aburro
Con tanta palabrería
Recuerden los que les dije
Al empezar esta cita.
Si dicen que yo ya he muerto
Por mucho no se equivocan
Pero aún puedo con mi boca
Recitar algunos cuentos.

2 comentarios:

Germán dijo...

Capo...!qué lindo!....Un gran abrazo.

Nikka Scalper dijo...

Qué bueno volver a leerte!
Beso!