El tiempo se detiene cuando se supone duermo
y el cuerpo chilla como un robot oxidado
cuando la luz que mi perplejidad espera como aire
araña los ojos vencidos.
Fluyen a contra reloj las imágenes
que pervirtieron lo que debió ser pausa:
el fuego en las orillas,
la bruma en un alba vestida de espinas,
las tumbas flotantes,
la impiadosa lástima de los rostros sabios,
el niño informe,
la vejez prematura.
El eco de palabras tan materiales como roca:
ausencia,
irreversible.
domingo, 6 de enero de 2008
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